Artículo de Opinión El País

Muy entretenido está el presidente Gustavo Petro viendo el poder de sus palabras. Desde hace dos semanas tiene en sus manos la conversación nacional. Presidencialista como es el país que bien conoce, y estudioso de las formas que acarician vientos de anarquía, Petro crea un caos. Habla de todo al mismo tiempo, les responde a unos y otros, los gradúa de contradictores, los estimula dándoles argumentos para que sigan en su confrontación y para que los egos, al saberse oídos por él, se alimenten y continúen en la batalla. Les pone el cebo, los llama con el atractivo olor de la descalificación, aparece pretensioso y arrogante al mostrar una superioridad verbal que provoca, que indigna, que sacude, que preocupa, que mortifica.

Petro está conversando desde una tribuna que ha sido suya desde que se inventó, retomando la posición de primera línea, sin mensajeros, sin intermediarios.

Me lo imagino recogiendo el fruto de su siembra. Cada día, cada hora, cada minuto en tiempo real, viendo lo que suscitan sus frases y incisivas sus preguntas. Lejos de estar en un proceso de ocio para sus ratos libres, por el contrario, parece concentrado aplicando su táctica para avanzar en su estrategia.

El primer gran momento de su Gobierno ha llegado. Las reformas que se propone hacen parte de un gran árbol centenario al que han ido podando y renovando las mismas manos, y Petro aparece en escena agitándolo con fuerza para ver caer las hojas.

“Él manda adelante a los loquitos a romper, romper, romper, y va midiendo hasta dónde puede ir porque sólo así empieza a ambientar los cambios”. Esta afirmación es de alguien de su círculo que parece seguro de saber qué es lo que está haciendo el Presidente. Que es acudir a una de las características propias de las negociaciones, de las transacciones, de los acuerdos, en ultimas, de la democracia. Aspirar a obtener el máximo negociable, luego establece un punto medio, o que alcance para desencadenar alguna trasformación en una agenda de país que ha estado estancada por la guerra y la polarización.

Entonces Irene Vélez, entre cándida y torpe lanza el anzuelo sobre la explotación y exploración de hidrocarburos, se equivoca en la cifras de las reservas, sigue tan campante pero: “ta ta raran tan” como si se abriera el telón, comienza el desfile de posiciones, cifras, análisis, cálculos, expertos, inexpertos y demás voces a participar de la fiesta.

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