De niña, Juliana Hernández De La Torre (Facatativá, Cundinamarca, 34 años) soñaba con trabajar en una organización humanitaria en África. Creía que era allá, a miles de kilómetros de su natal Colombia, donde estaban las necesidades. No conocía lo que ocurría aquí no más, en la capital del país, en el Pacífico colombiano o en la costa Caribe asolada por la guerra. En aquel entonces le quedaba lejos la lucha de miles de mujeres que se enfrentaban a los grupos armados, criaban a sus hijos en medio de la violencia y amarraban el miedo para ayudar a sus comunidades. Eran mujeres de hierro que lideraban procesos políticos sin estar nunca en el poder.
Hernández se graduó de Finanzas y Relaciones Internacionales, dio mil vueltas personales y profesionales, pasó por el sector financiero, se vinculó a procesos sociales, se alejó del conflicto para preservar su salud mental y no, nunca se fue a África. Cambió ese sueño por uno mayor: crear redes de formación en su país para que esas lideresas conquisten escenarios políticos. Su premisa y la de Artemisas, la organización que creó en plena pandemia, es que para cambiar el país hay que cambiar la política.
El problema es que en Colombia, igual que en otros países América Latina, la política sigue dominada por los hombres. No solo en el Congreso, donde solo el 28 % de los escaños están ocupados por mujeres, sino en otros cargos de elección popular en las regiones. Y ni hablar de la Presidencia. Lo más cercano a ese cargo lo tiene la vicepresidente Francia Márquez, y su llegada al puesto le ha costado ataques racistas, violencia política y mayores exigencias que las que suelen tener los hombres.
Hernández apuesta por darles herramientas y formación a mujeres que quieren meterse en política para evitar que tengan que seguir siendo los hombres los que les abran las puertas, como ha sucedido tradicionalmente. “Esa es una herencia de una cultura patriarcal que debemos romper”, dice y reflexiona cómo en su vida esa fue la constante. Lo hicieron su padre; sus jefes en el sector financiero donde siendo muy joven llegó a ser gerente de mercadeo; luego sus colegas en otras organizaciones sociales. Eso le pasó factura. En una profunda conversación en un café bogotano, Hernández admite que eso la hizo una lideresa avasalladora y agresiva, una mujer que asumió actitudes patriarcales para demostrar sus capacidades. Dice que de eso ha aprendido.
Ahora su objetivo de vida, dice, es “habilitar a todas las mujeres que quieran acceder al poder”, darles herramientas y una red que las ayude cuando las atacan. “Un espacio en el que sientan que se pueden caer tantas veces como sea necesario, porque ahí vamos a estar nosotras”, asegura esta mujer de voz y personalidad fuerte. Hernández lidera una plataforma que busca fortalecer el ejercicio de participación política de 300 mujeres de diferentes territorios y partidos políticos de Colombia.